Si dijera que atravieso mil tormentas eléctricas entre las dunas de un desierto tan árido como helado, que mis sueños se pierden en el profundo desvelo de una noche de insomnio ya cotidiana, y que al unisono escucho un sinfín de voces que intenta aconsejarme y destruirme, pulverizarme y amarme; entonces estaría comenzando a abrirme, a permitir pequeños vistazos a lo que llevo dentro, a compartirme y, sobre todo, a dar muestras de que va habiendo diferencias y cambios que tal vez no entiendo, que quizá no logro controlar, pero que demuestran que no soy estático ni estoy definido.
La vida es una lucha constante contra el mundo y contra uno mismo, pero no hay que olvidar que también debe ser un cariño constante hacia el mundo y hacia uno mismo. Porque somos seres matizados, somos gamas, somos lo que queremos y lo que odiamos, yin y yang, negro y blanco, vida y muerte inacabables, inaccesibles y sobre todo, somos seres que todo el tiempo dejan de ser.